miércoles, 6 de enero de 2010

LOS TRES CERDITOS


Mamá cerdita se fue
y no sabemos por qué.
Grandullón, mediano y pequeñín,
se quedaron sin casa y sin violín.
Los tres cerditos construyeron
una casa como pudieron.
Pequeñín se hizo una casa de paja,
donde solo cabía él porque era muy baja.


Mediano se hizo la casa de madera,
porque así es más duradera.
De ladrillo se la hizo Grandullón,
para que no entre ningún ladrón.
Apareció el lobo
y como no es bobo,
a la casa de Pequeñín se acercó
y de un soplido la derrumbó.
Pequeñín asustado corría
y a casa de Mediano acudía.
El lobo, muy enfadado,
la casa de Mediano también ha derrumbado.


Los dos cerditos fueron a casa de Grandullón
porque era su única salvación.
Dijo el lobo: ¡Mejor, así me como a los tres
y tendré comida para todo el mes!
Con una excavadora vino satisfecho
de derrumbar el techo.
A los tres cerditos les dio mucha pena,
e invitaron al lobo a una cena.
Así fueron felices
y comieron perdices.

EL CIENPIÉS





El ciempiés es un bicho muy raro:
parece que fueran muchos bichos atados.
Yo lo miro y me acuerdo del tren,
le cuento las patas y llego hasta cien.

YO ME MUEVO HACIA ADELANTE





Yo me muevo hacia adelante,
yo me muevo hacia atrás,
hacia un lado,
hacia otro,
muevo el cuerpo sin parar.
Ahora soy un coche
(rum, rum, rum),
ahora soy un pez
(shh, shh, shh),
ahora soy la nube
(fs, fs, fs),
ahora soy un tren
(chu, chu, chu).

Yo me muevo hacia adelante,
yo me muevo hacia atrás,
hacia un lado,
hacia otro,
muevo el cuerpo sin parar.
Ahora voy despacio,
ahora correré
(yuju!)
ahora voy cojeando
(cha, cha, cha),
porque me duele un pie
(ay, ay, ay).


Yo me muevo hacia adelante,
yo me muevo hacia atrás,
hacia un lado,
hacia otro,
muevo el cuerpo sin parar.
Ahora soy un coche
(rum, rum, rum),
ahora soy un pez
(shh, shh, shh),
ahora soy la nube
(fs, fs, fs),
ahora soy un tren
(chu, chu, chu).

Yo me muevo hacia adelante,
yo me muevo hacia atrás,
hacia un lado,
hacia otro,
muevo el cuerpo sin parar.
Ahora voy despacio,
ahora correré
(yuju!)
ahora voy cojeando
(cha, cha, cha),
porque me duele un pie
(ay, ay, ay).

ALIMENTACIÓN

EL ABECEDARIO

martes, 5 de enero de 2010

EL PATITO FEO


La alegría inundaba el nido de Mamá Pata mientras ella, y los cinco lindos patitos que ya habían nacido, miraban cómo se abría el último huevo, el más grande de todos. Por fin ocurrió el acontecimiento, pero... este pato no se parecía en nada a los demás: era espantoso, muy grande, tenía el pico muy feo y las patas enormes.

- Cua, cua - Dijeron los patitos, - es un pato muy raro. - Mec, mec - Dijo el Patito Feo - ¡Hola mamá, hola hermanitos! Pero ellos se asustaron ante tal graznido y se escondieron bajo las alas de Mamá Pato, que no podía creer que un hijo tan feo fuera suyo. - Vayamos a nadar al estanque - Dijo Mamá Pato. 

Desde la orilla, el Patito Feo se inclinó para verse reflejado, y el río le devolvió la imagen distorsionada por las ondas del agua. - Cielos, es verdad que no soy como ellos. - ¡No queremos que vengas con nosotros, eres muy grande y nos das miedo! - decían desde el agua los cinco patitos y Mamá Pata.

Llorando desconsolado se encaminó hacia el bosque, donde unos trinos le hicieron mirar hacia arriba: en una de las ramas había un nido. Se encaramó por el árbol y se colocó junto a los pajaritos. - Pio, pio - dijeron los polluelos hambrientos. - Mec, mec - dijo el Patito Feo. La Señora Grulla traía comida para sus hijitos: - ¿Qué haces tu aquí? - dijo - Tu no eres mi hijo, debes irte ahora mismo.

De nuevo solo y triste, caminando, llegó hasta una granja donde había pavos y gallinas: - Aquí son todos diferentes, a lo mejor es aquí donde pertenezco. Y entró con paso dubitativo para picar un poco de comida. - ¿Quién eres tú? No eres como nosotros, vete, vete de aquí - dijeron los animales.

El pobre patito o sabía qué hacer ni a dónde ir, tenía frío y hambre, estaba cansado y deseaba compañía. Pero la noche se acercaba y resultaba peligroso seguir caminando. Se acurrucó entre unos juncos a la orilla de la laguna, y allí, derrotado por el sueño, se durmió suspirando: - ¿Qué voy a hacer? ¿Adónde iré? Soy tan feo, que nadie me quiere.

El sol asomó por el horizonte, iluminando la bruma sobre el agua. Sus rayos despertaron al patito, que abrió los ojos para ver el espectáculo más impresionante: Dos magníficas aves, con plumas blancas como la nieve, nadando majestuosamente, se acercaban hacia él. Abrumado por tanta belleza, se escondió un poco más, para que no le vieran.    

- ¡Espera! ¿Dónde vas? ¿Te has perdido? - Le increpó uno de ellos. - ¡No te asustes, lindo cisne! - Dijo el otro. Todavía no podía creerse que esas palabras amables fueran dedicadas a él, y mucho menos que nadie pudiera considerarle bonito, pero de repente comprendió todo al ver, detrás de los padres, a un grupo de pequeños cisnes que eran iguales a él.

- Mamá, deja que se quede con nosotros - decían los pequeños. Mamá Cisne y Papá Cisne le invitaron a nadar, protegiéndole con sus majestuosas alas, y el Patito Feo no podía contener lágrimas de alegría. Una oleada de amor invadió su cuerpo al unirse a su nueva familia. Al fin había encontrado el lugar al que pertenecía.

En primavera, el Patito Feo ya crecido y convertido en fantástico cisne, pasó nadando al lado de sus "hermanos patos", que le habían rechazado, y orgulloso de lo que era, irguió el cuello y batió las espléndidas alas. Contento pensó: - ¡Qué importa nacer en un nido de patos cuando se sale de un huevo de cisne!    

lunes, 4 de enero de 2010

EL HOMBRE DE NIEVE




En un lugar lejano, después de un corto día de invierno, un hombre de nieve observaba el sol mientras atardecía. Sus ojos eran dos pedazos de teja, y su boca estaba formada por un rastrillo. Los niños lo habían fabricado por la mañana y estaba realmente encantado: -¡Es maravilloso! Hace un frío estupendo, siento todo mi cuerpo crujir. - Y dirigiéndose a un mastín que había a su lado, continuó - ¡Mira! El gran ojo ardiente se oculta. - ¡Fuera, fuera! - dijo el perro - Como se nota 
que acabas de nacer, no es un ojo, es el sol, que te hará correr igual que hizo con tu antecesor.


- Ahora que lo dices - prosiguió el hombre de nieve, -lo cierto es que me gustaría poder moverme. He visto por la ventana de aquella cabaña algo que me ha llamado la atención, y desearía acercarme para observarlo con más detalle. Lanza destellos rojizos. -¡Fuera, Fuera! - ladró el mastín - Esa casa es de los 

amos, y estás refiriéndote a la estufa. Respecto a moverte..., correrás muy pronto, pues mi pata trasera siempre me avisa con un fuerte dolor cuando va a cambiar el tiempo. ¡Entonces verás cómo corres! El muñeco de nieve no entendía demasiado bien las palabras del can, pero no le importó, pues seguía absorto en la contemplación de la estufa, de la que creía estar enamorándose: 
- Háblame más de ella - pidió al mastín. - Es todo lo contrario a ti: negra, ardiente, sólida, perdurable...¡Fuera, Fuera! Come leña y vomita fuego. - ¿Fuego? - Inquirió el hombre de nieve. 
- ¡Fuera, fuera! Es lo que tiene en común con el sol, ¡Ignorante! - Y se echó a dormir.

- Siento - pensó para sí el hombre de nieve antes de dormirse - que esto que el mastín llama fuego no es algo que yo debe desear. Creo que no debo confiar en el sol como amigo. Llegó la mañana siguiente, las brumas y los vientos del día anterior habían desaparecido. En las peladas ramas de los árboles, la escarcha se derretía con los primeros rayos del sol. El hielo iba desapareciendo de los campos y caminos, y pequeños arroyuelos iban descendiendo de las montañas, cada vez con más fuerza.

El hombre de nieve se sintió un poco inquieto desde que se despertó hasta que en la casa encendieron la estufa, pues pensaba que no volvería a verla. A media mañana se acercaron a ellos una pareja de enamorados. El hombre de nieve sintió curiosidad: - ¿Quienes son los que vienen? ¿Los conoces? ¿Son tan importantes como nosotros? - ¡Fuera, fuera! - ladró el perro - Claro que los conozco, son de la familia de los amos y siempre me trataron bien. Nunca les muerdo. - Ya está al llegar la primavera, dentro de poco veremos despuntar las flores, y el campo se llenará de colores. Aún así, creo que es más bonito el invierno. - Dijo el enamorado.

- Además, la primavera no tiene un personaje como éste - contestó ella señalando al hombre de nieve. Luego se alejaron en dirección a la cabaña. - ¿Porqué ya no vives en la casa con los amos? ¿No te gustaba el calor de la estufa? - Gozar del calor de la estufa es una de las mejores cosas que puede pasarte en la vida. La echo mucho de menos. Me echaron porque en cierta ocasión, mordí en la pierna a uno de los bebés que me quitó un hueso que yo estaba royendo. ¡Pata por pata! Es la ley canina.

- Siento que ese incidente te hiciera abandonar a la estufa ¡Oh, la estufa! Si sólo pudiera acercarme a ella unos cuantos pasos - Se lamentaba el hombre de nieve. - ¡Créeme, no te gustaría en absoluto! - Replicó el perro - Es lógico que no sepas nada de nada, hace poco tiempo que estás aquí, ni siquiera conoces el verano. Tu antecesor no llegó ni a la primavera. Una ola de calor en febrero acabó con él.

La estación acababa, el sol calentaba cada vez con más fuerza y el hombre de nieve sentía que cada minuto que pasaba bajo sus rayos se debilitaba más y más. Día a día sus fuerzas le abandonaban, y apenas podía articular palabra, pues el rastrillo que hacía de boca cayó al suelo. Aún así, seguía esforzándose por avanzar hacia la ventana donde se encontraba la estufa: - ¡Mira! - Decía a su compañero - Creo que ya casi lo he conseguido, creo que me he desplazado un poco.

El mastín, por lástima no le abría los ojos a la verdad. Lo cierto es que el hombre de nieve no se desplazaba lo más mínimo del sitio donde fuera construído por los niños tiempo atrás. A medida que se fue derritiendo, sus comentarios eran cada vez más esporádicos. Cayeron los trozos de teja que hacías las veces de ojos y al final quedó al descubierto el atizador que le había servido de armazón.

- ¡Fuera, fuera! Ahora lo entiendo todo, - exclamó el mastín - ésa era la causa de su inquietud y desasosiego, tener un atizador en el cuerpo provoca una enfermedad que enloquece por igual a los hombres y a las bestias. Yo también la padecí, pero aprendí a vivir con ella. Creo que los hombres la llaman amor, y creo que los hombres de nieve son muy afortunados, pues cuando llega la primavera, a ellos se les va con el agua. ¿Y quién se acuerda entonces del hombre de nieve?